Leche frita.

20200329_173838

Será que el estar confinada da más tiempo para pensar o que mi estado melancólico al mirar por la ventana mientras llueve me ha retrotraído al pasado. Quizás el ver encerrada en casa a mi hija que lleva veinte días sin salir y la energía le sale por las orejas. O puede ser el haber rescatado fotos antiguas mientras ordenaba unas estanterías que se habían convertido en un trastero. O quizás todo ello.

La cuestión es que hoy he recordado cuando de pequeña veraneábamos en el pueblo e íbamos a buscar leche a la lechería. Paseando una media hora de ida y otra media de vuelta, cargados con la lechera, correteando por un camino de tierra mientras el sol estaba bajo. Íbamos a por la leche con la tarde avanzada porque sino hacía demasiado calor para que el paseo resultara agradable. Acostumbrada a comprar la leche en brick del supermercado, el ritual del verano me parecía algo que casi rozaba lo mágico.

Ahora es cuando tengo que confesar que odiaba esa leche. No me gustaba nada la nata que se formaba al hervirla, ni el olor, ni la textura, ni el sabor, por mucho que mi madre se esforzará en disimularlo con cacao en polvo o azúcar. Parece mentira como algo que me trajo tantos disgustos de pequeña, mi madre se empeñaba en que la bebiera sí o sí, puede convertirse en un maravilloso recuerdo de adulta.

Y vosotros, ¿tenéis recuerdo de algo que detestarais de pequeños pero ahora recordéis con añoranza?

Y recordando he llegado a la leche frita que preparaba mi abuela. Os recomiendo que la preparéis con leche fresca para conseguir una cremosidad inigualable. !Qué aproveche!

20200329_174028

Sigue leyendo